Las mejores respuestas son aquellas que te sorprenden (para bien o para mal), aquellas que no esperas que ocurran, pero lo hacen.
Esta es una de las respuestas que siempre recordare...
Hace tiempo que busco escribir
algo que valga la pena. Algo que explique el porqué de una vocación absurda, de
una necesidad cobarde como la de escribir. He buscado refugio en los versos de
los más grandes poetas, entre las líneas de los novelistas más vanguardistas,
detrás de cada obra de teatro, entre bambalinas… Nada. He buscado la
inspiración en mil ciudades, entre los brazos cálidos de una mujer, en cada
rincón de la noche de esta ciudad oscura…Nada. Y cuando menos te lo esperas,
mientras el grifo de la ducha aclara tu pelo, abres un blog y lees: “Cosas que
no se suelen decir todos los días…”
Con la lagrima todavía tatuada en
mi ojo izquierdo, mas sin temor a que ello empañe los hechos, intentaré
contaros esta historia desde otra perspectiva.
Apenas cumplían una quincena los
años 90. Quizá tuvieses prisa por nacer, por empezar a ver el mundo con tus aun
diminutos ojos oscuros y tus rizos inolvidables desde una baldosa de la calle
Santo Tomás. Brasil ganaba de nuevo un Mundial, esta vez en Italia, mientras el
poble català se ponía manos a la obra
ultimando los preparativos para los Juegos Olímpicos de Barcelona. ¡Qué
caprichoso azar! Italia y Cataluña acabaran cruzándose en el camino de unos
zapatitos torpes que apenas empezaban a andar… Porque dicen que empezaste a
andar y a hablar demasiado pronto. Se ve que tenias cosas importantes que
decir, que te morías por descubrir qué estaba pasando a tu alrededor mientras
todos te observaban boquiabiertos y babeantes: “¡Que mona es!”
¿He dicho todos?. Rectifico:
todos menos yo. Aquella “sorpresita” que traía mi madre iba a convertirse en mi
principal enemigo por aquel entonces. Es cierto. Ella no entraba en mis planes,
en mi espacio diminuto y cálido de la calle Ganaderos. El Tiranosaurius Rex, la
pelota escondida debajo de la cama, la bola del mundo azul y yo nos bastábamos
en aquella habitación blanca y celeste del tercero izquierda. Pero tú
permanecías absorta en tu mundo de baños a media tarde, de polvos de talco y
aquella fragancia constante de Nenuco en el cuarto de baño. Así, bien
perfumadita y radiante, se fueron sucediendo tus primeras conquistas y así,
receloso y dispuesto al combate, me fui transformando en el prototípico hermano
envidioso. Cada vez que te dejaban a mi cargo ya sabes qué ocurría (planchas en
la cabeza, balcones que no se abrían, mecheros que se acercaban
peligrosamente...). En fin, tengo una imagen que conservar y, aunque todos
tengamos un pasado, creo que llegados a este punto me detendré.
La niña crece y con ella sus
virtudes y su gracia. Todo lo hace bien. La niña es buena estudiante,
trabajadora, organizada; la niña baila, va a clases de ballet, de danza, sale
en festivales. Eso sí, la niña sigue sin comer. Se diría que su manjar
preferido son sus tres dedos de la mano derecha y que solo ella los supo
componer de tal manera que fueron su pasatiempo principal en su boca. La niña,
pues, progresa adecuadamente y apunta dotes artísticas.
Pero la niña, quizás sin darme
cuenta, se acaba colando en mi vida. Silenciosamente, de puntillas y en
zapatillas de ballet, se va acercando a mi mundo, me ofrece una especie de
pacto de no agresión porque es más inteligente que yo y ha aprendido rápido –es
mujer- que la unión hace la fuerza. Y como fuerza tiene poca y la necesita para
abrir la puerta de casa si quiere comer, baja y espera obediente al hermano
mayor que sale del colegio siempre tarde con alguna excusa inverosímil. Yo le
abro la puerta de lunes a viernes y ella me ayuda a conocer chicas. Es un pacto
implícito mas necesario.
Ella cumple los quince mientras
otros sobreviven a los veinte. De un plumazo, crecen sus alas invisibles y alza
el vuelo. Consigue mantener el equilibrio a base de vasos de leche y queso,
siempre al compás de las Spice Girls que, durante aquella época, sonaban a toda
pastilla en un radiocassette propio de un anuncio de Micolor y hacían vibrar
las cuatro paredes de una habitación sonámbula. El teléfono, mientras tanto,
podía sonar las veces que quisiera…
Jamás me ha contado cómo la
conoció. Qué le atrajo de ella, qué pensaba hacer bajo su amparo. Lo cierto es
que la noche le gustó y todavía hoy mi madre le recuerda que es demasiado tarde
para tener los ojos abiertos. ¿Pero qué sería de nuestros días sin sus noches?
La noche, la eterna olvidada, así como la distancia, nos han acabado de unir.
Noches infinitas e inolvidables que seguimos acumulando cada vez que sigo sus
pasos por las distintas geografías que habita. Curioso. Ella habla siempre de
seguir mis pasos. Yo, acechante, no hago más que espiarla y seguirla. Porque, aunque
no lo sepas, llegados a este punto de la noche, te lo voy a confesar: soy fan
de ti. Y si me dejas, seré tu principal seguidor allí donde vayas, tu fiel
vasallo o, si lo prefieres, puedo seguir esforzándome por seguir siendo el
hermano mayor que te hubiese gustado tener. Seguiré esforzándome para tener las
maletas siempre listas, las llaves de cualquiera de mis casas siempre a mano y
un par de cervezas frescas en el frigo. Seguiré recorriendo el mundo no para
dejarte sola sino para allanarte el camino. Si me dejas, intentaré devolverte
todo lo que me das y me demuestras (que es infinito).
Todo esto para decirte simplemente: GRACIAS POR EXISTIR.
F.M.P.